La Vega de Granada y el paisaje del azúcar en la actualidad
Pedro Salmerón | Paisaje | 26-12-2017
La Vega de Granada es un claro ejemplo de territorio donde se ha forjado desde época primigenia un lugar con una marcada personalidad. Las condiciones del medio físico, con suelos aptos para el cultivo y abundantes recursos hídricos, posibilitaron la formación de diferentes comunidades humanas asentadas y organizadas en torno a la agricultura. El carácter humano de la Vega y su evolución a lo largo de los siglos han ido ligados al desarrollo agrícola y los regadíos. El marco físico donde se despliega esta actividad presenta una geomorfología que fija el hábitat sobre el límite de los piedemontes y expande hacia la llanura las aguas superficiales y subterráneas. Su caracterización como clima continental, casi mediterráneo, marca los ciclos de cultivo.
Los diversos procesos de ocupación humana gestaron un denso parcelario, una malla de caminos, de infraestructuras hidráulicas y asentamientos que en la actualidad tienen su expresión en un gran espacio agrario de signo histórico. En la conformación de la identidad de este territorio ha sido determinante el desarrollo de la ingeniería hidráulica, las formas de organización y distribución de las aguas para diversos usos productivos e industriales.
A nivel productivo, el rasgo más destacado fue la presencia de uno o dos cultivos predominantes, generalmente de carácter industrial, a los que se sumaron otros de rotación, característicamente de huerta. La predominancia de un monocultivo sustentante de la riqueza ha sido la tónica habitual en esta comarca agrícola.
El llamado ciclo agrícola antiguo (ss. XVI-XIX), consagrado a la seda, al lino y al cáñamo, se transformó a finales del siglo XIX con la introducción del cultivo de la remolacha, tras la pérdida de las colonias españolas y la revalorización del azúcar nacional. Es en este contexto donde tiene comprensión el auge y el rápido crecimiento que se experimentó en menos de una década. Sobre el espacio agrícola tradicional, se superpuso una lógica extractiva de máximo rendimiento y beneficio económico.
El desarrollo fabril del azúcar de remolacha, iniciado por la Sociedad de Amigos del País de Granada, trajo consigo una auténtica revolución mercantil, urbanística, socioeconómica, y de los transportes. Se dio paso a un nuevo modelo productivo caracterizado por altos rendimientos en la producción y un empleo progresivo de abonos minerales para el aporte de riqueza a la planta. La intensificación productiva y la técnica casi manual supusieron un aumento gradual de la población, requerida como mano de obra. De 1882 a 1910, se construyeron hasta quince factorías diferentes en el marco de la Vega, si bien nunca funcionaron todas en el mismo tiempo. En la revolución fabril existieron periodos en los que la concentración empresarial condujo al cierre de los inmuebles, reorganizándose la producción azucarera.
Tras la decadencia de la remolacha hacia la segunda mitad del siglo XX, toma el relevo el cultivo del tabaco. Muchos de los edificios fabriles que servían a la industria azucarera se desmontaron, mientras que otros fueron reutilizados o condenados al abandono.
En las últimas dos décadas han acontecido múltiples transformaciones territoriales, demográficas, socioeconómicas y funcionales que han cambiado la percepción de la Vega. De la unidad continua y homogénea que representaba la comarca a partir de la actividad agrícola, se ha pasado a un espacio fragmentado muy complejo marcado por procesos de desarrollo urbano de carácter intensivo acompañados por el trazado de nuevas infraestructuras viarias, lo que ha supuesto en la práctica una fuerte ruptura con el espacio agrario.
Aunque en la actualidad el modelo agrícola de la Vega se encuentra en situación crítica por diversas razones –edad avanzada de los agricultores, falta de capacidad de innovación, presión urbanística sobre el espacio agrario, pérdida del monocultivo del tabaco e inadaptación a los cambios impuestos en el sector productivo, entre otros aspectos–, el futuro de la comarca pasa por una renovación de la actividad agraria a partir del reforzamiento de las capacidades internas, el conocimiento de la singularidad de la actividad agrícola de la Vega (policultivos de regadío), y el replanteamiento del modelo de agricultura intensiva, a partir de cultivos “estrella” o monocultivos tutelados, que han empobrecido las capacidades de los agricultores y la fertilidad de la tierra. El agotamiento de este modelo tiene su manifestación en la práctica desaparición del cultivo del tabaco y la falta de respuesta de los agentes sociales ante la reconversión productiva de todo un sector.